Visión de Aldeas Infantiles SOS
Testimonios

“Me encantaba vivir allí y estar rodeada de niños”.

Entré en Aldeas Infantiles SOS en el año 1996, con tres años. No recuerdo mucho del inicio de mi estancia allí. Yo era muy pequeña. Pero mi recuerdo general es bueno.

Para mí, vivir en una casa con otros niños que no fueran mis hermanos biológicos o que las personas que me cuidaran no fueran mis padres era lo normal. No tenía otro tipo de vida con la que compararla y nunca me importó, ni entonces, ni ahora.

Gracias a Aldeas también pude tener conmigo a mis hermanos biológicos, incluso después de que los mayores cumplieran 18 años y salieran del hogar. Al margen de la que pudiera ser nuestra situación familiar y a pesar de vivir en la Aldea, nosotros teníamos unos padres que estaban ahí y que querían seguir ocupando un lugar en nuestras vidas. Y Aldeas siempre les apoyó. Conseguía que, a pesar de las dificultades, una niña de siete u ocho años, como era yo en ese entonces, llevara una vida de lo más normal y viese cómo esas dos familias se complementaban a la perfección.

Niña en la Aldea

Me encantaba vivir allí y estar rodeada de niños con los que jugar. Recuerdo las actividades que se organizaban: natación, ballet, gimnasia rítmica e incluso capoeira, pero también las acampadas o las fiestas, en las que la Aldea se convertía en un gran escenario al que llegaban personas desconocidas que se interesaban y se preocupaban por nosotros. Creo que esa es la razón de que sea tan extrovertida y de que me encante conocer gente nueva.
Pero las actividades y las fiestas no eran lo único positivo. El simple hecho de tener unas normas que cumplir, de ser reprendida cuando tenía que serlo o premiada cuando tocaba, de tener límites… Todo eso me sirvió para convertirme en la persona que soy.

Pienso también que fue una suerte salir de la Aldea con una edad en la que ya era más consciente de la realidad. Tuve que poner en práctica la educación que había recibido hasta entonces y ya no tenía a nadie que me dijera cómo debía comportarme, así que tuve que valorar por mí misma qué estaba bien y qué no.

El haber crecido acompañada de personas que en mis años clave de aprendizaje me hicieran saber qué era lo correcto y me enseñaran el valor de la resiliencia me ayudó a seguir mi camino con seguridad y con confianza, hasta hoy. Y estoy orgullosa de ello.

Ana María
Niña que creció en la Aldea de Las Palmas