A salvo de una guerra: el trayecto de las familias de acogida ucranianas
Tras un año de guerra en el país, dos madres de acogida de Aldeas Infantiles cuentan su experiencia al tener que huir de su hogar.
“Les digo al equipo de Aldeas Infantiles SOS que me asustan, porque nunca tuvimos tanta ayuda”, así comienza el relato de Valentyna Chernyuk, madre de acogida de cuatro niños de 5, 8, 10 y 12 años que vivían en Jersón, una de las zonas más golpeadas por la guerra de Ucrania. El año pasado debido a la situación tan inestable provocada por la ocupación en su ciudad, tuvieron que huir a Brovary.
En 2022, este conflicto dejó casi 6 millones de desplazados internos; de ellos, un millón son niños y niñas, como los hijos de Valentyna. Por otro lado, muchos han abandonado directamente el país, y la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) contabiliza unos 7,9 millones de refugiados.
Los datos demuestran que más de 17 millones de personas necesitan ayuda humanitaria en el país; además de recursos de primera necesidad, también requieren atención psicológica. Equipos móviles de Aldeas Infantiles SOS trabajan con los niños, niñas y sus familias en esta línea con el objetivo de superar el trauma generado por la guerra y trastornos relacionados con el estrés y reducción de la ansiedad.
Tetiana, que también es madre de acogida de seis niños, tuvo que huir de Brovary hasta Polonia a finales de febrero de 2022. Allí fueron acogidos por Aldeas Infantiles SOS. Como les está sucediendo a muchos refugiados ucranianos, aunque se ha podido poner a salvo, convive con un constante estrés emocional que marcará su futuro y el de los niños: “Aquí, parece que tenemos todo pero todavía me siento ansiosa”. Reconoce, además, que las alertas aéreas que recibe de Ucrania a través de una aplicación móvil, le hacen levantarse: “Deambulo por la casa”.
El trayecto de Valentyna
Día tras día los tanques y aeronaves poblaban cada rincón de Jersón. Los hijos de Valentyna, cada vez más asustados, se metían en la cama de su madre todas las noches: “Se sentían más seguros cerca de mí”, cuenta. Fue en ese momento cuando decidió que era el momento de irse y comenzó buscando por internet qué opciones tenían. Contactó con una organización que pudo ayudarles a huir a Zaporiyia. Allí tuvieron que dormir durante un noche en el suelo del autobús porque los soldados rusos no les dejaban pasar.
Uno de los peores momentos los vivió en el puesto de control, donde uno de los soldados rusos “vertió su ira” contra ella: “Me maldijo por tener muchos hijos. Me mantuve en silencio, solo con la esperanza de que no revisara los documentos de los niños y averiguara que no era su madre biológica”.
La educación está en juego
En Ucrania entre el 30% y 40% de los niños y niñas están o han sido reubicados dentro o fuera del país. Esta situación dificulta su continuidad en el sistema educativo. El 65% de las ecuelas dan sus clases en remoto, debido al riesgo de los bombardeos y los cortes de electricidad y calefacción, por eso, muchos menores continúan sus clases online desde el extranjero.
Y así es como el hijo mayor de Tetiana acude a su clase en Ucrania desde Polonia: “Mi hijo mayor, Zhenya, estudia en línea en una escuela ucraniana y encontró trabajo en un lavadero local. Estoy tan orgulloso de que me dé el dinero que gana. Ni siquiera se lo pedí. Convierto todos sus ingresos en moneda extranjera y se los guardo”.
Los hijos de Valentyna, que continúan en Borvary (Ucrania), pueden ir físicamente a la escuela: “Asisten a todo tipo de actividades extracurriculares. Un logopeda trabaja con mi niña de cinco años que tiene problemas para hablar. Los otros niños ven a un psicólogo”. Pero afirma que necesitan mucho apoyo por parte de los tutores: “Se perdieron mucho porque la escuela se detuvo primero por la pandemia y luego debido a la guerra”.
A pesar de la adversidad, ambas madres animan a sus hijos a seguir estudiando, no importa si en Ucrania o en Polonia. “Les digo que no se preocupen por las calificaciones, solo que estudien tan duro como puedan y aprendan, aprendan y aprendan”, señala Tetiana.
No todos los niños y niñas ucranianas tienen la misma suerte. La calidad educativa ha disminuido y todavía muchos menores no cuentan con dispositivos electrónicos con los que asistir a clases online. Por este motivo, Aldeas Infantiles Ucrania distribuye tablets y portátiles a los pequeños, además de crear espacios seguros donde hacer sus deberes y recibir tutorías escolares.
No pierden la esperanza
La familia de Tetiana y Valentyna se siente protegida y fielmente acogidos por Aldeas Infantiles en Ucrania y Polonia. Sin embargo, hay algo que todavía les preocupa: todos los seres queridos que dejaron en su región de origen. “Quiero volver a Ucrania al menos durante una semana para ver a mi madre de 83 años”, cuenta Tetiana.
La expresión nacida del mito de Pandora, ‘La esperanza es lo último que se pierde’, cobra sentido en el día a día de estas familias. El cariño, apoyo y cobijo les hace sentir dichosas, pero añoran su anterior vida: “Esperaremos la victoria y volveremos a casa. Tan pronto como nuestro pueblo sea liberado y se nos dé luz verde, regresaremos”, señala Valentyna.
Mientras tanto, seguirán intentando volver a la normalidad estén donde estén: “Todavía no puedo creer la suerte que tenemos de haber llegado aquí”. Y concluye: “A veces pienso que todo lo bueno hecho, vuelve”.